LA LOCURA DE LA PREDICACIÓN

“Pues ya que el mundo no conoció (…)”. 

“Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación”- 1 Corintios 1:21.

El orden correcto de las cosas era precisamente esta: – que el hombre, contemplando la sabiduría de Dios en sus obras, por el auxilio de la luz del entendimiento que le fuera provista por la naturaleza (“ingenita sibis injenii luce”), pudiera llegar a una familiaridad con Él.

Pero por haberse invertido este orden por la perversidad del hombre, la voluntad de Dios, ante todo, es tomarnos locos a nuestros propios ojos antes de empezar a instruirnos en el conocimiento de la salvación (2 Timoteo 3:15).

De ahí en adelante, como evidencia de su sabiduría, Él pone ante nuestros ojos aquello que tiene cierta apariencia de locura. La ingratitud de los hombres mereció esta inversión de las cosas.

Pablo describe como sabiduría de Dios las bellezas de todo el mundo, las cuales son espléndida evidencia de su sabiduría, pues ellas se nos presentan de manera muy clara.

Por lo tanto, en las cosas que Él creó. Dios mantiene ante nosotros nítido espejo de su esplendorosa sabiduría. En consecuencia, cualquier individuo que disfrute de al menos una leve chispa de sentido común, y preste atención al mundo y a otras obras divinas, se ve dominado por ardiente admiración por Dios.

Si los hombres llegaran a un genuino conocimiento de Dios por la observación de sus obras, ciertamente lograrían conocer a Dios de una manera sabia, o de esa forma de adquirir sabiduría que les es natural y adecuada.

Pero porque el mundo entero no aprendió absolutamente nada de lo que Dios reveló de su sabiduría en las cosas creadas, Él, pues, pasó a instruir a los hombres de otra manera (Romanos 1:20). Se debe atribuir a nuestra propia culpa el hecho de que no alcanzamos un conocimiento salvífico de Dios antes de ser vaciados de nuestro propio entendimiento.

Paulo hace una concesión al llamar el evangelio, locura de la predicación, pues ésta es precisamente la luz en la cual él es considerado por aquellos “sabios insensatos” que, intoxicados por falsa confianza, no temen subyugar la inviolable verdad de Dios a su propia y mediocre censura.

Y, además, no hay duda de que la razón humana no encuentra nada más absurdo que la noticia de que Dios se tornó un hombre mortal; que la vida está sujeta a la muerte; que la justicia fue velada bajo la apariencia de pecado; que la fuente de bendición estaba sujeta a la maldición; que por esos medios los hombres pueden ser redimidos de la muerte y ser participantes de la bendita inmortalidad; que pueden obtener la vida; que, siendo el pecado destruido, la justicia vuelve a reinar; y que la muerte y la maldición pueden ser tragadas.

Moody comenta: – “beneplácito” es más que una declaración de buena voluntad; se refiere al alegre propósito y plan divino (Efesios 1:5). La predicación se refiere al contenido de la proclamación no al método de liberación (1 Corintios 2:4); es el mensaje que salva, el mensaje destinado a aquellos que simplemente creen (creyentes elegidos – Hechos 13:48), creemos por la elección de Dios.

No obstante, sabemos que el evangelio es, la sabiduría oculta (1 Corintios 2: 7) que excede los cielos y sus alturas, y ante el que incluso los ángeles quedan asombrados.

Este es un pasaje excelente, y de ella podemos ver nítidamente cuán profunda es la obtusidad de la mente humana que, en medio de la luz, nada percibe. Pues es una gran verdad que este mundo se asemeja a un teatro en el que el Señor exhibe ante nosotros un sorprendente espectáculo de su gloria.

Mientras tanto, cuando tales escenas descienden ante nuestros ojos, nos revelamos ciegos como piedras, no porque la revelación sea obscura, sino porque somos “alienados en el entendimiento” (“mente alienati” – Colosenses 1:21), significando que no sólo la inclinación, sino también la habilidad nos son fallas. Porque a pesar de que Dios se nos revela públicamente, todavía es sólo por los ojos de la fe que podemos contemplar, teniendo en mente que recibimos sólo una leve noción de su naturaleza divina, pero suficiente para ponernos en la posición de seres sin justificación (Romanos 1:20).

La historia que el cristianismo tenía para contar parecía una tontería a los gentiles cultos y a los judíos piadosos. Pablo comienza usando libremente dos citas de Isaías (Isaías 29:14, 33:18) para demostrar cómo la sabiduría meramente humana está destinada a fallar.

Cita el hecho indiscutible de que con toda su sabiduría el mundo jamás encontró a Dios y aún, tanteando, lo estaba buscando ciegamente. El mismo Dios había planeado esa búsqueda para demostrar a los hombres su propia incapacidad y así preparar el camino para la aceptación de aquel que es el único camino a Dios (BARCLAY, página 25).

Entonces, ¿de qué se trataba fundamentalmente, pues, este mensaje cristiano? Si estudiamos los cuatro grandes sermones del Libro de Hechos (Hechos 2:14 – 39, 3:12 – 26, 4: 8 – 12, 10:36 – 43), encontramos que en la predicación cristiana hay ciertos elementos constantes. [1] – Se destaca que llegó el gran momento prometido por Dios. [2] – Se hace un resumen de la vida, muerte y resurrección de Jesús. [3] – Se destaca que todo esto correspondió a los profetas [4] – Se asegura que Cristo volverá. [5] – Se invita urgentemente a los hombres al arrepentimiento y a recibir el don prometido del Espíritu Santo.

Para los judíos ese mensaje era una piedra de tropiezo, ¿por qué? Había dos razones:

[1] – No podían creer que alguien que había muerto sobre una cruz pudiera ser el Ungido de Dios. Señalaban su propia ley que decía inequívocamente: “porque maldito por Dios es el colgado” (Deuteronomio 21:23). Para los judíos el hecho de la crucifixión, en lugar de probar que Jesús era el hijo de Dios, lo negaba. Puede parecer un hecho extraordinario, pero hasta con Isaías 53 ante sus ojos, los judíos no habían soñado nunca con un Mesías que sufriera. Observa cuánto la mente humana está inmersa en tinieblas.

La cruz para los judíos era y es una barrera insuperable para creer en Cristo, el sentido vicario, sustitutivo es ignorado; “Sacrificio vicario” o “sacrificio expiatorio” es conocido en Teología Cristiana como el “sacrificio sustituto” de Jesucristo por el pecado del hombre en la cruz. Esto los judíos no entendieron, “el Hijo amado se hizo maldito, para que los malditos fueran hechos hijos amados” (Gálatas 3:13).

[2] – Los judíos buscaban señales. Esperaban que junto con la edad de oro de Dios se produjeran actos maravillosos. En la época en que Pablo estaba escribiendo surgió una serie de falsos Mesías, y todos ellos engañaban a la gente con la promesa de que ocurrir irían actos grandiosos. En el año 45 dC un hombre llamado Teudas había persuadido a miles de personas para que abandonaran sus hogares y lo siguieran hasta el Jordán, prometiendo que a una orden suya, el río se dividiría y podrían atravesarlo sobre tierra seca.

En el año 54 dC llegó a Jerusalén un hombre de Egipto, diciéndo ser profeta. Persuadió a treinta mil personas para que lo siguieran al Monte de los Olivos con la promesa de que a su orden caerían los muros de Jerusalén. Los judíos esperaban este tipo de cosas. En Jesús veían a un hombre manso y humilde, que evitó deliberadamente lo espectacular, que estuvo entre los hombres como siervo, y que terminó en una cruz, y ésta era para ellos una imagen imposible del Ungido de Dios.

Para los griegos el mensaje era una tontería. Una vez más hay dos razones:

[1] – Para la mentalidad griega la primera característica de Dios era la “apatheia”. Esta palabra significa más que apatía, significa incapacidad total de sentir. Los griegos sostenían que Dios no podía sentir.

Si Él pudiera sentir alegría, tristeza o irritación significaba que en ese momento alguien le había afectado. Si así fuera esto significaría que el hombre había influido en Dios y que por lo tanto, era más poderoso que Él. Así pues, sostenían que Dios debe ser incapaz de todo sentimiento y que nada podría afectarlo jamás.

Un Dios que sufría era para los hombres griegos una contradicción. Pero fueron más lejos aún. Plutarco declaró que era un insulto involucrar a Dios en los asuntos humanos. Dios estaba necesariamente apagado y remoto. La propia idea de la encarnación, de que Dios se transformara en hombre, repugnaba a la mentalidad griega.

Agustín, quien fue un gran erudito antes de convertirse al cristianismo, podía decir que en los filósofos griegos encontraba un paralelo de casi todas las enseñanzas del cristianismo ; pero una cosa -decía- nunca había hallado: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”.

Celso que atacó a los cristianos con mucho vigor a fines del siglo II, escribió: – “Dios es bondad, belleza y felicidad, y en eso justamente reside su hermosura y magnitud”. Si entonces “desciende a los hombres” hay un cambio en Él, de lo bueno a lo malo, de lo bello a lo feo, de la felicidad a la falta de ella, de lo mejor al peor.

¿Quién elegiría tal cambio? Porque la mortalidad es sólo una naturaleza para ser cambiada; pero la inmortalidad es permanecer para siempre. Dios nunca aceptaría tal cambio. Para los intelectuales griegos la encarnación era una imposibilidad total. Para las personas que así pensaban era increíble que alguien que había amado y sufrido por los hombres como lo había hecho Jesús pudiera ser el Hijo de Dios.

[2] – Los griegos buscaban la sabiduría. Originalmente la palabra griega sofista significaba sabio en un buen sentido; pero llegó a significar un hombre con una mente inteligente y una lengua astuta, un acróbata mental, un hombre que con una retórica brillante y persuasiva podía hacer que lo peor pareciera lo mejor.

Un hombre que podía pasar el tiempo discutiendo trivialidades, que no tenía un interés real en encontrar soluciones, pero sólo se glorificaba en el estímulo de una gimnasia mental. Se refería al hombre que se glorificaba en tener una mente sagaz y veloz, una lengua de plata y un auditorio que lo admira. Crisóstomo describe a los sabios griegos así: – “croan como ranas en un pantano, son los hombres más indeseables debido al hecho de que, a pesar de ser ignorantes, se creen sabios, son como pavos reales que extienden sus colas, al hacer notar su reputación y el número de sus alumnos”. Es imposible exagerar la habilidad casi fantástica que los retóricos de lengua de plata tenían en Grecia.

Plutarco dice: – “Endulzaban sus voces con ritmos musicales, modulaciones del tono y resonancias”. Nunca pensaban en lo que decían, sino en cómo lo decían. Su pensamiento podía ser venenoso siempre y cuando estuviera envuelto en palabras dulces.

Filostrato nos cuenta que Adriano el sofista tenía gran reputación en Roma, y cuando apareció su mensajero con la noticia de que iba a disertar, el senado se vació y hasta el pueblo que asistía a los juegos lo abandonó todo para congregarse a su alrededor.

Crisóstomo describe el cuadro de los así llamados hombres sabios y sus competiciones en Corinto misma, en los llamados Juegos ístmicos (que tuvieron extraordinaria importancia y esplendor en la antigua Hélade – oficialmente República Helénica).

“Se podía oír a muchos pobres miserables sofistas gritando e insultándose entre sí, y a sus discípulos, como los llaman, peleando; a muchos escritores leyendo sus estúpidas composiciones, a muchos poetas cantando sus poemas, a muchos histriones (comediante que representaba las farsas populares de la época, bufón) exhibiendo sus maravillas, a muchos adivinos dando el significado de prodigios, a diez mil retóricos tergiversando demandas judiciales , ya un no pequeño número de comerciantes realizando sus diferentes negocios”.

Los griegos estaban intoxicados de hermosas palabras, y el predicador cristiano con su tosco mensaje les parecía un personaje crudo e inculto del que podían burlarse y ridiculizarse en lugar de oírlo y respetarlo. Parece que el mensaje cristiano tenía pocas oportunidades de tener éxito en el contexto de la vida griega y judía; pero, como dijo Pablo: –“Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres”. (1 Corintios 1:25 ).

En consecuencia, puesto que Pablo dice que Dios no puede ser conocido por el prisma de las cosas que él creó (Romanos 1:20), debemos entender con eso que no se puede obtener el conocimiento absoluto de Dios.

Para que nadie presente pretexto en pro de su ignorancia, los hombres realizan el progreso en la escuela universal de la naturaleza hasta el punto de ser afectados con alguna conciencia de la deidad, pero no tienen idea de lo que es la naturaleza de Dios.

Al contrario, su pensamiento se disuelve en nada (Romanos 1:21), de esa forma la luz brilla en las tinieblas (Juan 1: 5). Por lo tanto, los hombres no viven en el error por mera ignorancia, a fin de quedar exentos de la acusación de menosprecio, negligencia e ingratitud.

Por lo cual, procede que “todos tienen conocimiento de Dios” (“Deum Novisse”), pero “no le dan gloria” (Romanos 1:21); y que, en cambio, nadie, a la luz de la mera naturaleza, jamás hizo tanto progreso que llegara a conocer a Dios (“Deum cognosceret”).

Alguien podría presentar a los filósofos como excepción a esta regla; pero replico que es especialmente en su caso que hay un conspicuo (fácilmente notado) ejemplo de nuestra debilidad.

Porque no se puede encontrar siquiera uno que constantemente no se haya alejado de aquel principio de conocimiento que ya mencioné, vagando por los meandros de especulaciones ilusorias. ¡Son en la mayoría de las veces más tontos que inteligentes! Cuando Pablo dice que: “los que creen son salvos”, esto corresponde al versículo 18, o, sea: – “el evangelio es poder de Dios para salvación” (Romanos 1:16). Además, al contrastar a los creyentes, cuyo número es diminuto, con un mundo ciego y loco, Pablo nos recuerda que nos equivocamos cuando nos sentimos perturbados ante el pequeño número de los salvos, ya que, por la acción de Dios, ellos fueron divinamente separados “para la salvación”.

Paz y gracia.

Por Pr. Plínio Sousa – Traducido del Portugués


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