PEDIR PERDÓN NO ANULA LAS CONSECUENCIAS

Tres categorías de consecuencia del error

“Pero te ruego que perdones mi pecado, y que regreses conmigo para adorar al Señor. —No voy a regresar contigo —le respondió Samuel—. Tú has rechazado la palabra del Señor, y él te ha rechazado como rey de Israel” (1 Samuel 15.25, 26).

Necesitamos entender que, por más que haya el perdón, nuestros errores siempre traen consigo las consecuencias. Algunas veces, las consecuencias son blandas, otras veces son severas. Es necesario reconocerlo y aceptarlo. La palabra de Dios nos enseña que debemos mostrar los frutos del arrepentimiento, que generalmente están vinculados a las consecuencias de nuestras actitudes. Veamos a continuación tres categorías de consecuencias:

Primera categoría: Nuestro arrepentimiento y nuestra confesión pueden requerir alguna forma de restitución o incluso de justicia. La restitución financiera y el castigo (según los actos criminales) generalmente estarán dentro de esta categoría de consecuencia. Como leemos en Proverbios 19.19: “El iracundo tendrá que afrontar el castigo; el que intente disuadirlo aumentará su enojo”. Por lo tanto, el verdadero arrepentimiento puede exigir que la persona arrepentida, sufra las justas consecuencias de sus elecciones equivocadas.

Segunda categoría: Una confesión honesta y sincera puede acarrear la pérdida de privilegios y de bienes. La Palabra de Dios nos revela que, aunque el Rey David había recibido el perdón de Dios, la gravedad de su pecado resultó en la muerte de su hijo recién nacido. Entonces David dijo al profeta Natán: ” —¡He pecado contra el Señor! —reconoció David ante Natán. —El Señor ha perdonado ya tu pecado, y no morirás —contestó Natán—. Sin embargo, tu hijo sí morirá, pues con tus acciones has ofendido al[a] Señor” (2 Samuel 12. 13,14).

Tercera categoría: La persona ofendida puede tardar en perdonarnos, o incluso no disponerse a perdonarnos, o aún no confiar en nosotros. Esto significa que, aunque me arrepienta sinceramente y pida perdón de la manera sabia, no hay garantías de que la persona me perdonará y confiará en mí otra vez. Aunque la persona ofendida puede elegir ser misericordiosa a nosotros, debemos renunciar a cualquier supuesto derecho a ser perdonados.

El libro de los Proverbios nos muestra claramente que un hermano ofendido es más inaccesible que una ciudad fortificada y que las disputas separan como un portón cerrado con rejas (Proverbios 18.19). A partir de este pasaje, debemos entender que sería más fácil marchar contra una ciudad fortificada y ocupada que restaurar la relación con alguien que yo haya ofendido. Sería más fácil penetrar en una fortaleza protegida que resolver mis conflictos con determinadas personas.

Pero, ¿por qué es realmente fundamental que aceptemos las consecuencias de nuestras actitudes equivocadas? Por un lado, aceptar las consecuencias de nuestros erroresdemuestra nuestra sinceridad y también indica a la persona ofendida que no estamos pidiendo perdón meramente para evitar las consecuencias.

Por medio de mi disposición a aceptar las consecuencias, que son justas, revelo también mi verdadera contrición. Además, aceptar las consecuencias disminuye la posibilidad de que repitamos el mismo pecado contra otra persona.

Una de las mayores diferencias entre Saúl y David era que, mientras David siempre reconocía sus pecados, Saúl siempre encontraba una justificación para los suyos. Esta gran diferencia hizo que David se conociera como “hombre según el corazón de Dios”, y Saúl como aquel a quien Dios rechazó.

Tiago Rocha

Texto basado en las enseñanzas del Dr. Robert D. Jones en el 4º módulo de la Conferencia de Entrenamiento en Consejería Bíblica de la ABC, Aguas de Lindóia, SP 2015.

Traducido del Portugués

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